Roma, 26 de octubre de 2007 / Testimonio recogido por Miguel Ángel Moreno
Teresa Cejudo será beatificada este domingo en Roma junto con otros 497 mártires del siglo XX en España. Era cooperadora salesiana en Pozoblanco (Córdoba). Su hija tenía diez años cuando su madre fue fusilada. Ahora su nieta, en Roma y un día antes de la beatificación de su abuela, revive sus emociones.
P.- Me gustaría que me contaras tu experiencia como nieta de Teresa y tu madre, como pariente más directo de esos mártires, y cómo estáis viviendo esta beatificación, en casa…
R.- La experiencia de toda mi familia está siendo muy emotiva e intensísima, porque desde los años sesenta aproximadamente, en que el Colegio salesiano comenzó a mover el tema de las beatificaciones, en casa siempre hemos dicho que a lo mejor tendríamos la suerte algún día de ver que a mi abuela la hagan beata. Bueno, ha sido una alegría tremenda que podamos estar aquí, con mi madre viva, gracias a Dios, y los once hijos acompañándola.
P.- Pilar, coméntanos la historia de tu abuela. Ella era cooperadora, ¿no? ¿Qué hacía?
R.- Sí, ella era cooperadora. Yo te puedo contar lo que me ha referido mi propia madre, porque ella falleció cuando mi madre tenía diez años, como mártir de guerra. Colaboraba mucho en el Colegio salesiano, en todo lo que era ayuda social, con los niños… En esos tiempos tan difíciles, ayudaba a repartir alimentos a las familias más sencillas, a enseñar a leer y a escribir a esos niños que por motivos sociales no podían acceder a un colegio. Una labor muy importante a nivel social, y religioso, lógicamente.
P.- ¿Cómo murió tu abuela?
R.- Lo que sabemos es que se hizo un juicio, y se le acusa de llevar un mono y un arma. Se hace un juicio popular, y se la fusila. Permaneció un mes en la cárcel de Pozoblanco y la fusilaron en el cementerio, con un pelotón de fusilamiento, con un grupo de dieciocho mártires. Por lo visto, ella tuvo mucho entereza en aquellos momentos tan duros. Se despidió de su única hija, que es mi madre, y la fusilaron la última, porque ella así lo pidió. Pidió que no le vendaran los ojos, que quería morir de cara a la muerte, que no le temía, porque moría por Dios. Y dio ánimos a sus diecisiete compañeros para que no renegaran de la fe ni de Dios.
P.- Habéis venido sus nietos, biznietos… ¿Esto representa algo muy importante para vosotros?
R.- Claro, por supuesto. Todo un orgullo, porque la única que tiene familia directa aquí de entre todas las personas que van a ser beatificadas, que son casi quinientos, es mi abuela, que tiene a mi madre. Y venimos sus once hijos para acompañarla porque para nosotros es un verdadero orgullo poder estar acompañando a mi madre y vivir este acontecimiento.
P.- ¿Qué comenta tu madre? ¿Cómo recuerda aquellos años?
R.- Mi madre siempre comenta que era muy pequeña, tenía diez años; recuerda las visitas a la cárcel durante ese mes. También dice que no tiene la sensación de que iba a pasar algo tan traumático: que, cuando le dijeron que se despidiera de su madre, ella pensó que la iban a trasladar… De hecho, a mi madre le dijeron que la iban a llevar a otro sitio. Lo único que le decía es que se quería ir con ella, lógicamente: era una niña pequeña. Ella dice que en ese momento no fue consciente de lo que iba a pasar después. Pero mi madre está tremendamente orgullosa de que estemos aquí, de poder vivir esto…
P.- ¿Orgullo? ¿Emoción? ¿O…?
R.- Orgullo, emoción… todo. Es un cúmulo de emociones lo que se vive aquí, algo muy fuerte…
P.- Claro, porque lleváis mucho tiempo esperando. ¿Cuándo empezó esta causa?
R.- El Colegio salesiano comenzó a moverla desde hace muchos años, desde los años sesenta. Yo lo recuerdo desde casi siempre. Siempre se ha dicho que algún día tendremos la suerte de ver esto.
P.- ¿Qué es lo que más te sorprende de Teresa, lo que más te ha llamado la atención, lo que tú has aprendido de ella, lo que significa para ti…?
R.- De mi madre lo que yo he aprendido de esta historia –tenía diez años cuando fusilaron a su madre- ha sido la falta de rencor que tiene. Jamás la he oído hablar de rencores… Nunca nos ha hablado mal de nada. Siempre nos ha hablado que tuvo la desgracia de quedarse huérfana con diez años y perder a su madre en un fusilamiento, pero nunca nos lo ha transmitido a ninguno de los once hijos ni con rencor ni nos ha hablado de la guerra en clave política, ni nada. Eso se lo tengo que agradecer el resto de mi vida: que no nos ha transmitido ningún odio ni ningún malestar, en un pueblo pequeño como Pozoblanco, donde la guerra fue muy dura.